miércoles, septiembre 27, 2006

"Al volver la esquina"


No sé a qué o a quién debo atribuir esta rara reincidencia por encontrarme de nuevo envuelta en ese estado sumergido, prófugo, intangible o flatulento de la conciencia capaz de reducirte a polvo, a poco, o a casi nada.
Creo que los sueños son una mitad de nosotros. La más pulcra, la más sincera y puede que la menos pretendida.
Surgen del pomo de una puerta, de la fisura de una pared, del crujido de una tabla desencajada, del doblez de una emoción en celo, del reverso de cualquier decorado. A veces parece que mienten, pero no..
Ellos hablan, muchas veces, de lo que nunca nos atrevemos a decir.

Aunque nada tengan que ver unos sueños con otros, encontré por esos causales de la vida un texto que creo que da inicio a la novela inédita de Carmen Laforet.
Carmen Laforet, escritora barcelonesa y ganadora del premio nadal gracias a su novela titulada ''Nada'', murió en febrero de este año. Una mujer que se retiró de sus quehaceres literarios algunas décadas antes de morir. Hay quienes lo achacan al temible alzheimer. Fue entonces cuando recordé a Iris Murdoch, una excelente escritora irlandesa que terminó sus días sin concebir lo que era un libro, un cuaderno, una pluma o un garabato.
"Al volver la esquina" de Carmen Laforet, fue escrita en los años setenta, y es una historia de 'reencuentros y vidas cruzadas'. Me dejó muy buen sabor de boca cuando lo leí, y aunque parezca largo, me entró muy facilmente por los ojos.

Comienza así:

"El sueño se me está escapando como el humo de una hoguera. (Humo de hogueras. San Juan, las vacaciones de la infancia. Saltos sobre el fuego). En el sueño estoy en mi casa: puertas blancas, cortinas blancas del techo al suelo, pasillos empapelados con papeles de rosas rojas o rosas azules sobre fondo gris.

Aquel ambiente único en el mundo, el de mi casa, aquel crujido de la madera de los pasillos, aquella alegría. No quiero despertar del todo. No quiero olvidarme. Recuerdo al caballero de raza negra que salió para abrirme la puerta vestido de etiqueta con chistera en la cabeza y con banda y condecoraciones. Yo lo reconocí inmediatamente en el sueño y ahora no lo reconozco. Él me llevó a través de la niebla del pasillo y las luces encendidas hasta la luz del sol poniente en el comedor. Yo sabía que me esperaban. Me esperaban todos. Todos alborotamos alrededor de la mesa ovalada del comedor con ese señor de color, tan importante, presidiendo, y nos hemos reído. Reconozco las risas pero ¿de quién? En el sueño he vuelto a sentir la ligereza de las bromas, las claves de nuestro lenguaje familiar. Y sobre todo esa insoportable ternura que amenaza hacer estallar el corazón a la vista de los muebles sólidos, ni feos ni hermosos, pero vividos, usados, nuestros. Si he soñado ha sido sobre algo que existe, que permanece, que podré encontrar aquí o donde sea cuando despierte. El tresillo de cuero donde nuestras botas dejaron arañazos, el ladrido de los perros, la radiogramola en el cuarto de estar, los tres lavabos excavados en una vieja pieza de mármol en el cuarto de baño, y sobre todo, las cortinas blancas, el mirador de cristales, el Retiro frente a los balcones, el olor primaveral de tierra mojada mezclada a la de la madera encerada del viejo entarimado.

Estoy despierto ahora. ¡Ya no recordaré nada más! No tengo deseos de abrir los ojos. Me duelen al apretarlos. Supongo que estoy en Toledo con la luz de la Fonda Vieja de Toledo rodeándome. Pero no acabo de creer que estoy allí, me siento en mi casa. Hasta sigo percibiendo los olores del parque... Tanto rodar por el mundo para soñar después este regreso. Pero ¿qué mundo he recorrido? Un mundo estrecho: pensiones, casas de huéspedes de Madrid. Despertares de noche en invierno. Cuántas veces me ha sucedido, al timbre del despertador, levantarme en la oscuridad intentando salir de la cama por el lugar donde está adosada a la pared; o buscar la puerta en la sombra del armario, o confundir el agua de un espejo con la ventana... Tuve muchas veces que esperar, la cabeza entre las manos, a que el bulto de los muebles se parase en su lugar exacto mientras yo, Martín Soto, trataba de recordar por qué escaleras había arrastrado mi maleta en la tarde anterior, buscando el alojamiento nuevo y más barato, y en qué calle, en qué lugar de la ciudad encontrado mi nueva madriguera. Tengo que abrir los ojos y ver la nueva madriguera a donde he llegado hoy. No me fío de mis sensaciones. Me han engañado muchas veces. Por ejemplo, ahora me siento rígido, los ojos no los puedo abrir.

Por un instante tengo miedo. Se me ocurre que a lo mejor voy a despertar en una caja de muerto; que algo extraño ha ocurrido conmigo: estoy vestido. Noto el cinturón, la incomodidad de la chaqueta... Mis pies están helados y tengo la sensación de que no me puedo mover.

El hielo se deshace, me late el corazón cuando oigo la algarabía de los pájaros en el Retiro y unas voces en la calle, cinco pisos más abajo. Es muy temprano. Muy cerca oigo a una bandada de pájaros. Sobre el rumor apagado de la ciudad, sus llamadas primaverales, esa nota sensual, ese despertar de la vida en una serie de trinos hacen correr mi sangre por las venas. Huelo la tierra de enfrente, mojada y chupada por el sol. Oigo el motor de un camión, su paso por la Avenida de Menéndez Pelayo, la familiar vibración de los cristales en el mirador. La vida empieza lentamente en mi calle, en mi casa, en este piso grande y un poco destartalado del que conozco todos los ruidos y donde he visto con emoción hasta los deterioros del tiempo: esas manchas del techo, el trozo desprendido de las molduras del techo en el cuarto de estar... La emoción de algo muy real.

Además, me muevo, estoy muy vivo. Palpo mis ropas. Estoy tumbado boca arriba en una cama y completamente vestido. Los pies enfundados solamente en los calcetines. Tengo frío en los pies. Oigo a los pájaros, oigo una campana pequeña, la del convento de monjas llamando a misa, oigo la manguera del riego de la calle, el rebuzno que lanza el borriquillo del carro de la basura y el rodar de ese carro sobre el asfalto. Todo eso lo oigo.

Sólo falta un esfuerzo: lo hago, abro los ojos y veo las cortinas blancas del techo al suelo que cubren los cristales del mirador redondo de la esquina. He soñado esta misma casa donde estoy acostado en el diván forrado de cretona floreada, a un extremo del cuarto de estar frente al mirador. La habitación amplia y larga me recibe envuelta en la luz de un amanecer que me parece una maravilla. Las otras cortinas blancas, las del balcón, están descorridas, el balcón entreabierto deja pasar el fresco de la mañana de abril, el olor del parque de enfrente, y dando la espalda a ese balcón veo el tresillo de cuero. Recuerdos de toda una vida, de toda una infancia, de un calor, de una dicha perdida permanecen en este cuarto. La radiogramola también, las estanterías con álbumes de discos y revistas extranjeras, los pequeños grabados sin valor que adornan las paredes, el espejo grande sobre la consola, al otro extremo de la habitación. Y en el techo una mancha de humedad. Y en el rincón preciso la moldura de yeso que está rota.

No sé ya si es emocionante. No sé nada más que una cosa cierta: he vivido una vida entera en esta casa de Madrid, en este piso, y he regresado a esta dicha perdida después de un largo abandono y eso ha ocurrido en sueños. Me levanto. Mis pies notan el suelo encerado a través de unos calcetines viejos y hasta con agujeros. Tengo que comprar ropa interior –me digo–. Es una de las cosas que pienso todas las mañanas durante esta última temporada y se me olvida luego hacer esa compra. Y luego vuelvo al ensueño: me repito que he soñado toda una vida en esta casa. Yo nunca viví una infancia frente al Retiro en este piso. La esquina mojada de la calleja al volver la cual me hace desaparecer el señor Luis en su diario, está muy lejos de mi mente."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez que entro a tu blog me ataca un platillo volador, jajaja (qué risa) no sabía que tenías un ejército de hombrecitos azules vigilando.
A lo importante, te dejo un trazo de que me gustó esto texto sensible, dice mucho de tí, es para leerlo despacito.

Espera salir con vida de tu blog (y no te digo de otro blog por ahí de uno que cumplió años, es peor el tamaño de OVNI jaja, me tienen rodeada) :o)

Un beso guapa.
Yo, la Nómada.

Chus dijo...

jajajaja, ¡me matas de la risa mujer!
Pero no sé a qué te refieres. A mí un par de veces me ha salido una ventana rara de no sé dónde, y dando vueltas, es cierto. ¿Será eso? Pero no tengo ni idea de lo que es.
A ver si lo que te pasa es que cada vez que entras en este manicomio, te sientes total y absolutamente abducida, jo jo jo.
En el del cumple nunca me ha pasado, jajaja, todavía!

Gracias por tu respuesta.
Se agradece.
Besos y abrazos.

PD: Ya me contarás que significa esa..tu pausa.

Anónimo dijo...

Esta tarde el ataque ha sido peor, de repente una pantalla negra me invade toda la vista y no logro salir de pup-up publicitario hasta que no acabe, son esos hombrecitos verdes, jajaja. P'loquera la mía que esa se ha instalado ad infinitum. :o)

Yo creo que sale de una ventana de las que has agregado a blog, pero cuando la voy a cerrar se mueve y no me deja, ya sabía que algo de bruilla tenías amiga mía, jeje.

Confio no truncar la belleza del texto con estas niñerias de ovnis, feliz día bonita.

¡Besos!