martes, agosto 29, 2006

El Mutismo de los Mimos


Son geniales.



Mágicos.



Son 'seres' a los que admiro por muchísimas cosas.
Su capacidad interpretativa.
Esa quietud.
Su lucha contra los elementos.
Son,
mi debilidad.
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Hace mucho tiempo, por esas cosas del azar, encontré por la red una especie de mini relato que hablaba de estos personajes, o más en concreto, de uno en particular. No todo el mundo los ve. Y quienes lo hacen, no siempre se detienen a observarlos aunque sólo fuese por curiosidad. Algunos sólo ven un poste fundido en las aceras, otros, un payaso de feria. Pero ellos están ahí, formando parte del pulso acelerado de las ciudades, envueltos en papel couché, receptivos a cualquier cambio y programados para despertar de su sueño cuando alquien se percate de su existencia.

Este es el texto:

"Me gusta ser estatua, permanecer inmóvil como espectador de un teatro cuyo escenario es la avenida quinta. Subido en ese pequeño montículo puedo espiar silenciosamente todo y observar todos y cada uno de los rostros que deambulan ante mí.
Mira ese hombre que va por ahí, como un vampiro negro; sí, el del móvil, camina tan rápido que, desde aquí, puedo sentir sus jadeos de buitre cansado. No, él nunca podría llegar a ocupar mi puesto, para eso se necesita un ansia tremenda de observar rostros y de amar la quitud. Pero, sobre todo, de observar rostros.
Nunca me había dado cuenta de cómo se transforman las calles cada segundo. No me refiero al ir y venir de la gente, que eso es algo evidente. No. Me refiero a algo que está por encima o por debajo, pero que no se ve con los ojos.
Hay mañanas azuladas propensas a la compra, con mujeres que van y vienen de un lado para otro buscando algo que meter en sus carros. Fíjate en esa, la de la derecha, con su cara maquillada rapidamente y con arrugas en el rostro, que muestra el cansancio de luchar con los precios en la carnicería.
Llevo varios días clavando mi mirada en ese pobre hombre de abrigo deshilachado y ojos desesperanzados, pero chispeantes, que rebusca tembloroso en el basurero hasta que algún guardia viene a llevárselo. Voy a decirle algo, le propondré que se venga conmigo a este lado de la realidad donde todavía llega la claridad por las mañanas, no mucha, pero la suficiente para poder ver un día más.
Una joven pasa junto a mí y, levantando la vista, arroja una moneda que produce un sonido hueco en mi caja vacía. Sonríe, sus cabellos rizados ondean al viento y yo, desde mi quietud fantasmal, la saludo con un mecánico gesto de muñeca. Después se va alejando poco a poco hasta perderse por el fondo de la calle y, en ese instante, siento unas tremendas ganas de ir tras ella, de acariciar con mis propias manos el tacto de la realidad.
¡Qué iluso!, pensé que podía escapar de ella, pero me va camelando y me tienta con sus magos de maga. Pero no, yo soy un mimo y mi función es ser estatua, de carne y hueso, pero estatua. Lo supe el día en que decidí alejarme de todo, camuflarme, hacerme invisible y reírme de la vida como ella lo había hecho de mí; entonces me hice mimo.
Y ahí me tienes, en la Avenida Quinta, viendo pasar inmóvil las horas sin saber qué me va a pasar al cabo de un minuto, soportando el frío de las mañanas y el calor seco de los atardeceres, esperando que alguien levante la vista un segundo, como tú ahora, para decirle después un adios con mi cansada mano. A veces, a dos pasos de fosilizarme y de convertirme en un adorno más de esta despistada ciudad"

Escrito por L.L.D de Cantabria.






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