lunes, septiembre 24, 2007

"El arte del mimo es el grito desgarrado del alma"

Hoy murió Marcel Marceau a la edad de 84 años.
"Somos ingenuos, a pesar de los horrores de la vida..."







IÑAKI GIL / CORRESPONSAL

PARIS, Año 1974.- Los otros actores hacen yoga sobre el escenario antes del espectáculo. El no lo necesita. Recibe a EL MUNDO en la última fila del teatro. Pelo blanco y rizado. Pestañas larguísimas que no pueden ocultar la intensidad de su mirada. Manchas en la piel de sus manos elásticas. Marcel Marceau (74 años) celebra sus 50 años de profesión reponiendo un espectáculo en solitario (Bip) que alterna con su nueva creación (Chapeau Melon, Sombrero hongo), un homenaje a Charlot en el que le acompañan 12 actores formados en su escuela.


Pregunta.- Usted sólo vio una vez a Charlie Chaplin. ¿Cómo fue?

Respuesta.- Fue en 1967. Roger Vadim estaba rodando Barbarella y me pidió que hiciera un papel. Fui al aeropuerto de Orly con dos periodistas camino del rodaje. Vi a Charlot con cinco de sus nietos. Para mí era un dios. Yo no sabía si me conocía. Hablamos largo rato y los dos imitamos a Charlot. Fue formidable. Cómo lamento haber dicho a los fotógrafos que no me acompañaran. Pero no quería que Chaplin pensara que quería hacerme promoción a su cuenta. Al final le dije que no podía expresar con palabras lo que sentía por él porque yo todo lo expreso sin palabras. Así que cogí su mano y se la besé. Y a él se llenaron los ojos de lágrimas. Charlot estaba casi olvidado en el 67. Los niños no le pedían autógrafos. Hacía años que no hacía películas. Yo representé a todos los cómicos que le rendían homenaje. Para mí es un recuerdo inolvidable.

P.- ¿Charlot es su infancia?

R.- Yo tenía cinco años cuando iba a ver las películas de Charlot. Le imitaba en la calle y en una colonia de vacaciones que tenía mi tía. Fue mi primera troupe.

P.- ¿Por qué otros personajes siente admiración?

R.- Por Picasso, por Goya. Por los grandes maestros de la danza española, Escudero, Antonio, Carmen Amaya. La danza española tiene una gran calidad y está próxima del mimo. Tiene una gran fuerza dramática. El bailarín zapatea y mima arabescos con las manos. Es una síntesis extraordinaria de Oriente y Occidente. Soy un enamorado de España. Yo tenía 13 años cuando estalló la Guerra Civil española. Escribí 250 páginas en un cuaderno escolar, con dibujos. Es la historia de dos amigos, uno combate con los republicanos y el otro con Franco. Uno mata al otro sin querer durante la guerra. Lo conté siguiendo todas las batallas. Guardo el libro como una reliquia. Algún día se publicará.

P.- ¿Le chapeau melon es su homenaje a Charlot?

R.- Sí, pero no sólo eso. Es una historia surrealista de un hombre que quiere quitarse ese sombrero conformista de la Inglaterra victoriana. La época en que no se entraba en un restaurante sin corbata. La época en que Chaplin hizo Luces de la ciudad, la época de las diferencias de clase. El hombre (un funcionario humilde) quiere desembarazarse de su sombrero para comprarse uno estilo Rodolfo Valentino porque quiere seducir a la cajera del pub. Pero el sombrero hongo está enamorado de él y no se lo puede quitar de la cabeza. En esta historia rindo homenaje a Chaplin porque Charlot era un vagabundo que quería conservar su dignidad y vestir con corbata como un modesto funcionario.

P.- Su personaje Bip tiene 50 años. Defínalo.

R.- Es un don Quijote que se bate con los molinos de la vida actual. Después de la Guerra cazaba mariposas, los sueños de la infancia. El público era sensible a la muerte de la mariposa en su mano porque sus espasmos remedaban al corazón del hombre. Hice simbolismo sin saberlo. El personaje crea con la emoción ese arte que son los gritos del silencio. El nombre lo tomé del personaje Pip, héroe de Las grandes esperanzas de Charles Dickens.

P.- Estamos inmersos en una generación del ruido. ¿Sus silencios se escuchan?

R.- La gente me dice que mi silencio hace bien. Cuando empecé hace 50 años la gente me decía cómo se va escuchar su silencio en medio de los ruidos del mundo. Yo respondía, no es un silencio, son los gritos del silencio. Hay una musicalidad incluso en el silencio. La poesía del gesto crea una musicalidad en el alma del público.

P.- ¿Ser mimo es jugar a hacerse el mudo?

R.- Creo que la gente no se da cuenta de que soy silencioso. Si me pusiera a hablar destruiría el misterio del silencio. El arte del mimo está unido al silencio como la música a su tonalidad propia. P.- Durante todos estos años, ¿nunca ha tenido ganas de decir una palabra desde el escenario? R.- No. Sólo hablo en la televisión o en la escuela donde enseño. Hay que enseñar a los alumnos porqué se hace tal gesto. Estoy obligado a hablar. Yo digo, por ejemplo, que el matador es un mimo porque coge el peso del toro sobre él. Y cuando se acerca a él con valor, no puede ser ridículo en su forma de andar.

P.- ¿Hay algo que no se pueda expresar sin palabras?

R.- La mentira. El mimo tiene que ser claro y legible. No puede hacer trampas. Con las palabras se puede ocultar todo. Se puede hacer promesas que no se van a cumplir. El arte del mimo es el grito desgarrado del alma entre el bien y el mal con la esperanza de que el bien sea mayoritario.

P.- ¿Es ese su mensaje?

R.- Sí. Espero que las jóvenes generaciones aprendan la fraternidad y que no haya nacionalismos como antes.

P.- ¿Los grandes enemigos?

R.- El integrismo y el fanatismo. Es una forma de fascismo mental. Hubo una época de oro cuando las tres religiones eran toleradas en España. ¿Por qué no puede volver ese momento? La modernización ha llevado a una competitividad donde sólo cuenta el dinero.


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¡Hasta siempre, Marcel Marceau!
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando estuve en Barcelona miré mimos por la Rambla y me recordé del lenguaje mudo de los Mimos y aquellos textos. Una tarde cálida, unos pies cansados y un alma nómada me acompañaron, bonitos días (al menos con más calor que estos que me están cobijando).
Marcel un gran mimo, se lleva dentro de sí lo mejor pero seguro volverá como va y viene todo en la vida, quizás...

Besitos,
Ysabel.

Chus dijo...

Cuando supe de su muerte, no pude evitar recordar aquel mimo moribundo de la puerta del sol que tanto tanto me enseñó sobre el amor, la soledad, y el amor a la soledad.

Besos, preciosa.

(intentando reagruparme...)