miércoles, diciembre 20, 2006

Al filo de los Sueños


Ultimo brote otoñal,
al filo del invierno.
Posesión - Reina María Rodriguez

"no confirmo haber regresado, o haber estado allí.
mi viaje mental puede ser
la posesión de un recuerdo que ha insistido
sobre mí. (siempre estuve en los ojos del gato
y sé que él me miraba. reflejada,
no he podido moverme de los ojos del gato).
engaños son esos misterios del tiempo
degradándome a una memoria comprendida.
ahora sé que estoy aquí, frente a las luces
del árbol. he comprobado la diferencia en los objetos
y ellos pretenden también engañarme.
en una reproducción de mi necesidad de estar anclada.
en ti, en ellos.
me encojo esta noche de lluvia,
y no confirmo nada.
me importa la fijeza, el bordado de esa pequeña rama
en la hoja más verde.
porque el mundo cabe en los ojos del gato,
de un gato, de ese gato,
que al olerme determina mi lugar".


Pensarte desde esta lejanía es mi dulce manera de tenerte. Procuro tejer mis párpados a la superficie desvaída de un mural que no cesa de emitir imágenes viejas, casi roídas por el tiempo implacable, para evitar así que la luz cegadora de cada pasaje se instale en el aire que respiro. A veces te veo en todas partes, en los miles de rostros desconocidos que a mi lado pasan cada día, totalmente ajenos a lo que expresan y que yo les arrebato sin piedad algunos trazos familiares que me recuerdan a tí. Y entonces el tiempo se detiene y la mirada se pierde y se prende en manifiestos expresados hace tiempo con dolor y miedo, y directos al corazón:



Ahora lo recuerdo, entraste en el mundo de los vivos porque de repente no te bastaba la solidez angustiosa de tu mármol. Te resultaba pesada la losa por la que hace tiempo te sostenías. Viajabas desde lo alto,
lejano,
ausente..,
con esa mirada enjaulada y joven, masculladamente monstruosa, o con esa sonrisa de heroe.
Sí, el heroe del andamio, ese fuiste tú. Capaz de alimentarte del aire, las musarañas, las cucarachas o los rancios desperdicios. Inmundicias que tú sobrellevabas desde tus lecturas, ese alpiste de los dioses desde donde creciste, te creciste y desde donde te construístes un trono. El trono de los desheredados, los abandonados e inertes, los que con la cara sucia invertían la mirada del ciudadano corpulento y despistado.
Os vemos, os sentimos y olvidamos.
Pero a veces la mirada sufre un lapsus, y se cruza dos veces, y se entremezcla con textura de jarabe y lamenta, y se escapa y al mismo tiempo retrocede, e insiste en una segunda toma hacia la pupila marginada, y en décimas de segundo se abre una brecha desordenada en la conciencia de ese ojo sediento.
¿Sediento dije? Y dije bien, porque el hambre no es lo mismo que la sed. El hambre es para los pobres, los que desfallecen por un plato de lentejas con amor, una rosquilla en la cubierta del alma del desconocido, o una moneda roñosa y recalentada por el tacto del que sucumbe en no sé qué extraño momento de compasión.
Claro que...¿de qué estábamos hablando?.
De repente la mente se ofusca en búsquedas interminables que no llegan a ninguna parte.
Ahora lo recuerdo, hablaba de lo pueril que puede llegar a ser un sentimiento, el que proviene del momento en el que uno nace, del que respira del aire que le han impuesto sin decir nada.
 Del lado opuesto a este sentimiento es de lo que yo quería hablar, pero es muy dificil a veces sostener en una mano un poco de cordura, y en la otra un tentáculo que no deja de emanar tinta indisciplinadamente, como casi siempre me sucede.
Durante aquel viaje escuchaba el cosquilleo de mis latidos. Son esas músicas que proceden de lo más interno de uno mismo. Recordé entonces, aquel mundo, ya casi envejecido para mí, de las aberturas incontroladas, o los ocasos abruptamente diseñados con aromas adolescentes. Aquellos años significaron para mí lo más inalcanzable. Todo estaba tan lejos y tan cerca al mismo tiempo!. Todo eran figuraciones asombrosas más o menos parecidas a los efectos que produce mirar un cuadro surrealista. Sólo que entonces todo se pintaba a tientas desde mi oscuridad y con un pincel recién estrenado, con el alma enroscada al cuerpo a modo de espiral y con un ligero sentimiento de culpa.

Así transcurrían mis ensoñaciones. Se trataba de desplegar un poco de deseo por la superficie de mi piel, tonificar la palidez de lo que yace escondido, repoblar lo inhabitado hasta ese momento, y fusionarme con un trozo de luz que me permitiera respirar el otro lado de la vida.
Para entonces ya había decidido abrir los ojos con todas mis fuerzas.
El encuentro estaba a punto de sucederse y ni la interminable fila de coches, ni la apoteósica ciudad , ni la angustia del último momento podían ya entrar en especulaciones vanas.

Aquel día el sol era un punzón enorme colgado en las alturas. Caían sus tiras luminosas como brazos pequeños de deidad puntiaguda puliendo cada rastro de humanidad.
Y desde esa lejanía pude mirarte por primera vez.
De espaldas hacia mí pude reconocer parte de tu identidad.
Tus largos cabellos flotaban sumergidos en el aire, y tu aspecto desde ahí no era tan temible aún, lejos todavía de la mirada terríblemente azul, y profunda, y arañada de tu existencia.
No podría enumerar cuántas cosas me explicaba ese rostro que yo tímidamente miraba desde allí.
De cada boca surgió una voz, una típica palabra, y después como lazos invisibles los instintos, los temores y los gestos desordenados.
El beso de rigor me sumió en un silencio reflexivo porque nada encajaba, porque los surcos de tu piel eran distintos, porque eran suaves, porque no era haraposa tu apariencia, porque tu exquisito olor a nada me mataba, porque nada maquillaba mi visión, porque tu desnudez era bella, y porque por encima de cualquier artificio, estabas tú...

A partir de entonces las palabras se sucedieron como ristras.
Los caminos se ensancharon sin saber por qué o hacia dónde.
Los edificios se alargaban dibujando arcos en el aire, pasarelas que construías a base de palabras y sueños donde más de una vez me ví colgada del precipicio sintiendo la muerte cercana, y sintiendo que una de mis manos deseaba huir mientras que la otra quedaba incrustada en un pilar de tu reinado.

(Yo) Dividida y mediocre, absurda, en un banco de la plaza.
(Tú) Descomunal y sonriente, consecuente, en un banco de la plaza.

Me pregunto qué tipo de soledad nos estaba uniendo, porque desde ese, y muchos otros momentos, había otra soledad que nos estaba separando.

...

De lo dicho reconozco el desorden, la ambigua pertenencia a la que estuvimos sujetos, la ingrata exactitud de la demencia, fruto de aquella dolencia mutua por permanecer en la punta de una nube. Reincidir en el pasado sólo me sirve ya para reagrupar el hormigueo de mis manos.
Pude recordar muchos puntos congruentes, pero muchos más eran los que aún colgaban queriendo caer sin escrúpulos, sin capas de barniz.
Porque ya no había cosmética que salvara cada instante sin razón.
¿Pero qué es la razón?

Todo cae,
Cae incesante
Cae serenidad
Cae su perfil

Cae, un hilo delgado...desde la sien hacia su barbilla,

Cae su locura, ;
su expléndida sonrisa
carente de extructura

Cae, su olor de gestante..por todas partes.

/Esa lucha fue
La que así me impregnó
de tantos sueños
imaginarios..
Ese oasis repleto
ahora de decepciones. /

1 comentario:

Anónimo dijo...

.......

(sin comentarios)