martes, agosto 15, 2006

La ciudad de la cerámica.



Durante mi estancia en Talavera de la Reina, provincia de Toledo, lugar donde trabajé alrededor de un par de semanas en noviembre del año pasado, pude rescatar muy pocas cosas positivas. De repente te sientes muy sóla pero con un montón de gente desconocida con la que tienes que convivir prácticamente día y noche. Tienes que olvidarte, por así decirlo, un poco de tí misma, de tus prejuicios, de tus manías, o hasta de tu propia naturaleza. Desechar tus reacciones más primarias y reconvertirte en un individuo sociable y afable. Los mecanismos de defensa se doblan hacia un lado y te sientas a esperar (como una masa informe cargada de radiactividad), a no salirte por la tangente y a no defraudar, a ser obediente y estable y un poco aborregada en ese molde donde deberías cuajar con el resto del rebaño. Ya lo dijo Darwin, o te adaptas, o 'mueres'. Pero con todo y con eso, y porque a veces imponerse también significa continuar ilesa, tuve un choque verbal, frontal y catastrófico el día de la apertura del centro comercial con Esther, aquella madrileña de pelo en pecho, desaliñada, de aspecto tosco y hombruno, muy procaz y muy payasa (y esto último lo digo en el mejor sentido de la palabra), y desde entonces, me tuvo relegada al más vil de los desprecios.
¿Y yo qué hice?
Sufrirlo en silencio, como las hemorroides, pero con la cabeza bien alta, y muy en el fondo y a pesar de mi 'sufrimiento', convencerme de la inutilidad de esa sensación de desaliento al que me ví sometida hora tras hora y día tras día cuando ella estaba cerca.
Pero no todo fueron agravios, afortunadamente, ya que por las noches, solíamos reunirnos para cenar en algún restaurante de los pocos que quedaban abiertos en horarios demasiado tempranos, o en alguna de las habitaciones del hotel donde nos alojábamos. Y allí comíamos y bebíamos, nos contábamos anécdotas, chistes, chismes, y de vez en cuando alguien sacaba su cámara fotofráfica para inmortalizar el momento, aunque, a día de hoy todavía no he visto ninguna de esas imágenes. Yaiza, la canaria, era una muñequita de porcelana siempre dispuesta a contarnos sus experiencias amorosas. Vanesa, la abulense y la más parecida a mí en cuanto a discrección, hablaba de su novio con vistas hacia el futuro, muy enamorada, muy chapada a la antigua también, sí, pero fue sin duda con la persona que más y mejor congenié durante aquellos días.
Tamara, compañera de fatigas de mi misma ciudad, estuvo solamente cuatro días. Pero esos cuatro días fueron para mí un alivio, ya que con su estancia me ayudó a sobrellevar mucho mejor aquel ligero sentimiento de desubicación. No olvidaré aquel bocadillo, ni aquellas conversaciones, ni aquella complicidad que alcanzamos tan fácilmente en aquel parador lleno de belleza al que nos trasladaron una noche, por falta de plazas en el hotel.

Mis paseos por el parque, o bien con Vanesa, o bien sóla, llenaron gratos mis tiempos más muertos. Encontré en él un estanque bellísimo, con dos puentes semejantes a dos pares de ojos sumergidos en el agua, y con incrustaciones de cerámica en sus dos frentes. Talavera es la ciudad de la cerámica. En una de sus innumerables tiendas repletas de objetos y vasijas, Vanesa y yo compramos algunos recuerdos, y ví, como un hombre pintaba a mano un enorme plato de pared. Nos trató con mucha familiaridad y conversó un buen rato con nosotras. Le pregunté si le importaba que hiciera un par de fotos de su taller/exposición, a lo que naturalmente accedió. Me resultaba tan auténtico aquel reguero de cacharros multicolor decorando las estanterías, las paredes, el suelo y hasta el techo, que no quería privarme de inmortalizarlo.




Una mañana, Vanesa y yo visitamos un mercadillo. Después, ella se fue de compras, o eso dijo, porque comprobé que es ese tipo de mujer a la que le gusta entrar en todas las tiendas, volver loco al dependiente con sus demandas, para,...después de consultarme a mí si debería comprar tal o cual cosa, o si la favorecía la prenda en cuestión, acababa diciendo, -No, no estoy convencida, no lo quiero-, dejando la tienda patas arriba después de haber vuelto loco al sufrido dependiente. Así que conociendo la dinámica de lo que me iba a esperar con ella, desistí de acompañarla y preferí dejarme seducir por el brillo inusual de aquella mañana templada, casi fría, al lado del estanque, y escuchar los rumores todavía vivos de los puestos ambulantes.

Y este es el único recuerdo que, intacto, aún mantengo de aquello:
- He recorrido parques de ensueño; lugares donde los árboles parecen vibrar y descomponerse.
Plataformas color ocre donde el mullido de las hojas cruje bajo mi sombra.
Palomas enzarzadas en busca de alimento.
Numerosos pasillos entre el bullicio de la gente. Telares, fruta y verduras frescas. Aullidos desparramándose en miradas de incertidumbre.
Chispazos de luz a lo lejos; un puente de juguete sobre la cristalera del agua, y el frío otoñal murmurando bajo el estanque.
Atrás quedaron sus ojos hambrientos, las manos con grietas y los pies hundiéndose en remotas esperanzas.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me atrevo a comentar algo sobre esto porque yo compartí contigo cuatro de esos dias y, porque tal y como dices, a veces tienes que colocarte la careta y ser y actuar de la forma más correcta porque eso es lo que manda "el protocolo" de cada momento. Es cierto que coincidimos con un grupo muy dispar, y también es cierto que Esther fue en ocasiones hostil y retorcida...pues sí. Pero en circunstancias como esta te encuentras con gente de todo tipo y procedencia;ojalá se pudiera elegir!!
Yo en estas situaciones siempre me quedo con lo bueno. Me quedo con que soy mucho más tolerante y más respetuosa que Esther, menos muñeca de porcelana que Yaiza, y tampoco tengo esa necesidad imperiosa que tiene ella de alardear de novio metrosexual y de alto nivel;también me diferencio en Vanesa en eso de la pesadez al ir de compras.Yo tardo menos en decidirme, lo cual no quiere decir que sea negativo igualmente.
Pero también recuerdo con cariño los momentos y conversaciones que compartí contigo, porque me encontré con una Chus desconocida,sensible, con las ideas claras y un corazón enorme.Nunca pensé que fueras lo contrario a todo esto pero sí de otra manera... me encantó conocerte de esa manera.
A veces la gente te sorprende y es necesario meterte en el pellejo de cada uno para conocer el porqué de cada reacción, de cada carácter, de cada comportamiento.Somos enormes caracoles, cada capa de nuestro caparazón un sentimiento, un disgusto, una pena con la que cargar y que marca nuestro paso, nuestro ritmo...qué bello mirar dentro de cada capa en silencio.Un beso muy fuerte,Chus. Compañera y amiga

Chus dijo...

Una lágrima no es más que agua. Y cuando fluye de la manera que lo hizo en mí al leerte, se convierte en expresividad, al igual que un rostro cambia de horma cuando se inunda de cualquier emoción.
Y eso fue lo que me pasó, por lo tanto, ¡Gracias!, por leerme y por todo!