miércoles, mayo 23, 2007

El Sueño del Caracol

"El Sueño del Caracol" es un delicioso cortometraje del director español Iván Sainz Pardo del que, a pesar de su punzante dramatismo, yo he preferido quedarme con su lado más positivo.
Quizá nunca lleguemos a saber hasta qué punto el destino es determinante en nuestras vidas.
Un pensamiento, un quiebro inesperado, una mirada incierta, un instante de duda, y la concepción de nuestra vida queda expuesta a un cambio de rumbo. De nosotros depende el resto. Quiero creer eso...y quiero estar despierta para no quedarme atrás, para no perder el rumbo.


15 comentarios:

Anónimo dijo...

Si alguien te dice: "ahora sí, cuéntame tu sueño" te hace sonrojar, porque no quieres soltar tu sueño como un relato ni una serie de hechos sujetos a interpretación; quieres darlo como lo que es: una porción de tu ser que reclama supremasía sobre lo cotidiano y por lo tanto exige tener sustancia, aire, pausa y profundidad !qué insuperable reto para una sola noche!

Déjame soñarlo un poco más.

Chus dijo...

Tienes razón, olvida lo que dije.

Sólo una cosa más, Abrazos por venir.

Anónimo dijo...

Antes de adentrarnos en el producto de la noche permíteme recordar los hechos de aquel día, o mejor, de aquella tarde, pues la mañana se me fue entre un dormir oleaginoso y una modorra vaporosa en la que intentaba prolongar la oscuridad acomodando la almohada sobre mi cabeza. Era un lunes festivo y en esos extraños días puede uno inventarse la holgazanería. Por eso, dejé que las horas brotaran mi barba y las muchachas del servicio me vieran caminar semidesnudo hasta la cocina o por uno de esos corredores vacíos y fríos hasta el estudio, del que regresaba en poco tiempo sin apenas hacer nada, a continuar dormitando sin reparos. Mi casa es tan grande como vieja; construida en niveles y con altas paredes que constituyen un bastión familiar contra el ruido de los motores y las miradas tórridas de los transeúntes, adecuado lugar para el silencio. Podría decirse que ese día no había pronunciado palabra, como tantos otros días y noches de ocio en los que me limito a fantasear con números, pasajes de algún libro, conjeturas amorosas, aventuradas teorías de cualquier cosa y algún que otro mordaz propósito de enmienda comercial; todo eso junto, en enredada y plácida sucesión de hojas secas. El primer hecho fue el murmullo de la servidumbre confirmando que ese ruido en el zaguán era sin duda la llegada de un visitante inesperado, algo que acarrearía un asunto con el mundo exterior que exigiría mi presencia; perspectiva ingrata ya que nada lograría hacerme vestir decentemente en aquel día.

(¿puedo continuar?)

Anónimo dijo...

(Ahhh, se me olvidaba decirlo, el anónimo soy yo, el de escasos sueños y abundantes noches, Jaime)

Chus dijo...

(y cómo no reconocerte...

...nunca podría)

Anónimo dijo...

Verte allí parada con ese maletín terciado al hombro y el vestido un poco desarreglado por el esfuerzo de sostener con el otro brazo una abultada carpeta transparente que parecía contener útiles muy valiosos, me produjo una sensación entre gozosa y espantada, al imaginar que mi aspecto pudiera causarte algún rechazo; de hecho, algo de recriminación había en tu mirada al notar mi parálisis. Como pude, hice señas a una de las muchachas para que te acomodara en ese oscuro comedor con muebles de madera que pocas veces se usa y que podría servirte de escritorio mientras yo trataba de ordenar mi facha un poco. Llamó mi atención el gesto imperturbable con el que aceptaste la invitación, sin pronunciar palabra, y esa forma metódica como empezaste a sacar papeles, elementos de pintura y otros pequeños objetos, entre ellos un cubo verde con inscripciones blancas que no pude descifrar y que ibas acomodando en discreto desorden sobre la mesa. “Bastante entretenimiento tendrá”, pensé mientras me daba vuelta hacia al cuarto de baño más lejano de la casa.

¡Cuantas conjeturas vinieron a mi mente mientras me rasuraba y desprendía de mi cuerpo el olor a sábado trasnochado! No es necesario detenerse en tales disquisiciones ya que el resultado lo decía todo: en cosa de minutos el hombre se había transformado en un diligente anfitrión que abocaba su oficio con un entusiasmo desmesurado; baste decir que ninguna de ellas giraba en torno al tiempo y al propósito de tu estadía: todas daban por sentado que venías a quedarte, quizás porque no habías sonreído, como dejando las sonrisas para otro tiempo.

Mientras regresaba, observé que el comedor se había puesto más oscuro y me apresuré a remediar la situación, pero una vez allí vi que justo sobre los papeles que trabajabas se proyectaba un potente rayo de sol desde alguna inopinada claraboya, lo que hacía superflua toda tentativa de ayudarte. Por si alguna duda quedaba, una mirada de soslayo, paciente y comprensiva, me invitaba a permanecer aun al margen.

(esto no termina ahí)

Anónimo dijo...

(Con un poco de paciencia, hoy se terminan los preliminares, que en mi mente han sido tan lentos y minuciosos como corresponde a la significación del sueño)

Anónimo dijo...

Fuera porque mi presencia te perturbaba o algo más te resultara incómodo, no tardaste en abandonar la tarea y dirigir una vaga mirada a los muros, cuadros y demás mobiliario que te rodeaba, pero sin que ello naciera de un genuino interés en esas cosas, ni tampoco, en verdad, de un deseo de entablar conversación conmigo, ni siquiera de escapar de aquella enorme y abigarrada casa. Bien podría haberme engañado pensando que era una demostración de hastío, si no fuera porque lo hacías con absoluta serenidad, sin prisa, con esa clara conciencia de quien sabe lo que espera; por ello me atreví a preguntar, señalando con un movimiento de cabeza el estudio: “¿Quieres charlar con Elvira?” La respuesta previsible fue un “no” gestual que definitivamente me hizo entender que preferías quedarte a solas. Siendo así, me inventé la necesidad de ir a comprar algo, pues de esa manera no sólo saldría de tu campo visual, sino que dejaba la casa, con sus oquedades y silencios, bajo el progresivo influjo de tus pensamientos.

No sé cuánto tardé en realizar aquella innecesaria compra, pero, para que veas que no eran pocos los hechos que merecían recordarse antes del singular sueño, apenas entré al zaguán me enfrenté a la más pintoresca y desconcertante de las escenas: mi madre, quien había regresado de misa aquel día de singular suceso eclesiástico, estaba sentada en compañía de tres obispos impecablemente vestidos de blanco y rojo formando un conjunto de visible rigidez alrededor de la mesa redonda que hace de vestíbulo frente al zaguán. Más atrás, inmersa en la penumbra en que te había dejado, tus manos continuaban tejiendo la misteriosa artesanía de letras y colores, algo que no habrías terminado durante el viaje y parecías querer concluir antes que nada.

Anónimo dijo...

(le haría algunos cambios, pero no veo que se pueda editar, además, ahí va saliendo lo que es)

Anónimo dijo...

(Vaya, me he quedado solo, debo terminar cuanto antes lo empezado)

Creo que para todos era una situación embarazosa: para mi madre porque nadie parecía haberle explicado tu presencia, para los señores obispos porque de alguna manera se había estrechado el corredor por donde debían pasar y quizás su vestido sufriría un poco, para ti misma incluso pienso que no era nada cómodo saber que estabas involuntariamente bloqueando tan elegante ramillete de santos, las muchachas al parecer se habían escondido por no saber qué hacer y yo, yo ahí parado, decidiendo rodear irrespetuosamente esas sagradas espaldas para llegar donde te encontrabas.

Me abrí paso con dificultad entre el muro y la pesada silla de uno de los señores y llegué junto a ti para suplicarte con un gesto de la mano que te acercaras a mi madre, quien, con el rostro endurecido, esperaba explicaciones. Sólo tuviste que caminar unos pasos y alargar la mano como queriendo saludar, sin que fuera posible aun por la distancia, mientras yo pronunciaba esas palabras completamente estúpidas pero que resultaron efectivas para romper el hielo: “vino de España”. Inmediatamente se relajaron los ánimos y los señores Obispos se levantaron uno a uno para saludarte de mano (ellos que generalmente esperan que se les bese el anillo!) pronunciando sus nombres y apellidos, con énfasis en la procedencia castiza de sus ancestros. A partir de allí el mundo dentro de la casa se hizo fluido y llevadero, las muchachas volvieron a aparecer trayendo tazas de café que provocaban la sonrisa de todos, menos la tuya, que intrigantemente se hacía esperar.

(hasta aquí los preliminares, ahora sí el sueño)

Chus dijo...

Me quedé estupefacta.

Si esto fueron los preliminares,
no se, no se...

Por si ayuda, aquí te dejo mi sonrisa:

Una linea suave, muy frágil, se curva inocente (a veces insolente) en los confines de una abertura, propagándose hacia los vértices risueños de una fosa.
Disimula, parece afligirse y se transforma en una anatomía sin peso y sin voz que se expresa hacia otro lado; dibuja un recorrido inesperado que cruza las mejillas en paralelo, hacia arriba, muy cerca de las grisaceas cuencas móviles, muy cerca de los puentes de líquido cristal.

Anónimo dijo...

Ayuda, de una manera extrañamente cierta

(el final será breve, y si no logro transmitirlo tan breve como es, corro el riesgo de que no te guste)

Anónimo dijo...

Ya escribí el final. Lo hice mientras viajaba en autobus hacia una ciudad cercana. Me gustó verlo así en garabatos poco legibles y muy acordes con el espíritu anguloso y burdo de la escena onírica. Breve, confuso y un tanto feo, da el aspecto de un biombo de torpes arabescos que protegiese la desnudez del sueño. Ahora ¿cómo puedo transcribirlo a las lindas letras de texto de este blog sin que reluzca su simplicidad, sin que choque su evidente falta de brillo con la expectativa creada en tu sensible mente?

Dejémoslo para la noche del sábado.....

Anónimo dijo...

La única explicación que encuentro es que el papel se me haya deslizado del bolsillo en el momento de saltar de la canoa, por la posición forzada que obligaba a tener la corriente del Cauca aplastando la embarcación contra el talud liso y arcilloso que sirve de precario muelle en la finca “La Esperanza” donde fui a pasar el fin de semana, dizque para tener tiempo de pulir ese final que ahora no sé si abrupto o suave que había logrado garrapatear en el delirante viaje en bus. La primera noticia de tal pérdida la tuve en el instante de afianzarme en la tierra, cuando la visión fugaz de algo blanquecino que cae al agua me hizo llevar las manos a los bolsillos -de todas maneras mojados por la lluvia que no cesaba- y comprobar que no llevaba. En vano quise ubicar el rumbo del ahora náufrago sueño de papel entre las correntosas aguas del río que se alejaban, incluso inclinándome hasta quedar casi horizontal asido de la cuerda de amarra para poder otear el recodo lleno de maleza donde pudiera encallar, pero entre el sordo azote de la lluvia sólo surgían opacos destellos de visiones engañosas que se repetían burlonas, hasta que un potente rayo dio la impresión de undir todas las cosas, incluso el río, y me convenció de buscar refugio en la solitaria cabaña de madera.

Allí pasé las hora tratando de reconstruír lo escrito, pero, por una extraña razón sólo comprensible entre los sueños, el recuerdo de los garabatos se imponía cada vez más a las escenas que procuraba rescatar, empezando por un desordenado campo de espigos y convirtiéndose en danza de follajes oscuros que contenían no sé qué secretos que me concernían, pero que nunca lograría aclarar.

Anónimo dijo...

Y así se terminó el sueño; no era gran cosa y por eso nadie lloró cuando le dio por naufragar. ¿Cuantos sueños naufragan de alguna manera anónima sin que alguien llore por ellos? Sobre esas cosas no se hacen estadísticas, pero, si se hiciesen, nos quedaríamos abrumados por la manera acaracolada en se construyen las realidades de los sueños, y aquellos que se dedican a elaborar las verdades científicas nos dirían: "Todos los sueños naufragan en algún río" simulando con la mano un serpenteante curso que desciende, como si, más que ríos, se tratase de abominables alcantarillas oníricas. Afortunadamente no se hacen, por lo menos aun no es así, y cada uno puede soñar que su sueño es único e implacablemente cierto, con una singularidad liberadora. ¿Liberadora de qué? me pregunto ahora, parado en el borde del caracol, a medio camino entre el murmullo exterior que me disuelve y el susurro de un eco que evoca eternidad.

Ahora sí, cuéntame tu sueño.